jueves, 28 de junio de 2012

Existen labios que fueron creados con el único fin de ser besados.

Aunque dediquen la mayor parte de su tiempo a tareas más mundanas, su verdadero sino, su auténtica misión en la vida es recibir besos.

Ya pueden empeñarse, tozudos, en contorsionarse para formar palabras y frases que llenen de ruido el temible silencio; ya pueden fruncirse y desfruncirse para acoger los alimentos que mantienen a raya el tedio de una boca vacía; ya pueden retraerse en un mohín de disgusto o iluminar el mundo con una radiante sonrisa; antes o después, acaban dándose cuenta de que el significado último de su existencia es que otros labios los acaricien.

Para reconocer este tipo de labios es necesario un poco de tiempo y un mucho de sintonía con el universo. Numerosos ojos no contemplarán jamás ese pequeño milagro porque siempre serán incapaces de mirar al mundo bajo la luz adecuada, la que lo convierte en un lugar maravilloso. Por esta razón, algunos labios han conseguido guardar su secreto durante bastante tiempo, convencidos de su invulnerabilidad, seguros de que siempre lograrían esconder su don y atesorarlo únicamente para sí mismos. ¡Qué ingenuos!

Llega un día en que, justo frente a ellos, aparecen unos ojos a los que les basta un sola mirada para descubrir su secreto, unos labios que, a su vez, fueron creados con el único fin de posarse sobre los suyos. No ofrecen promesas vacuas, pero sí el infinito al alcance de un solo gesto. Y hay secretos que se desvelan en 60 días, pero otros no llegan a desvelarse ni en 60 años...

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